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LINDA Y LE SAURY
Noviembre 2014 - Enero 2015
Peyregrosse, Francia
Superada la insólita salida, una vez nos reencontramos en Toulouse y tuvimos listas las mochilas, nos lanzamos, ahora sí, a la carretera. Nuestra primera meta, sencilla, recorrer apenas 300 Km hacia la costa mediterránea para testar la que acabaría siendo nuestra primera experiencia de hospedaje y trabajo en HelpX. En esta ocasión habíamos elegido un lugar apartado, rural, e aislado de la civilización, un lugar en el que poder pensar, trabajar y desconectar de todo cuanto aconteció a nuestra partida.

Nuestra nueva residencia, se situaba en Le Saury, Peyregrosse, una pequeña comunidad en el valle prepirenaico de l’Herault, al noroeste de Montpelier. Llegar hasta aquí desde Toulouse fue cosa fácil, tan sólo nos llevó un día de autoestop a toda vela. A nuestra llegada a Pont d’Herault, punto de reunión con nuestra anfitriona, los problemas de comunicación nos obsequiaron con una noche pasada por agua. Esto en parte estuvo bien, ya que así pudimos poner a prueba nuestras tiendas de campaña bajo lluvia y sobre ella, y pese a no mojarnos en absoluto, aconsejamos no acampar en la ribera de un rio a plena lluvia por si las truchas.
A nuestro despertar llegó ella, Linda, en su flamante Renault Clio gris de los 90, que pese a su avanzada edad conducía como si el camino a casa fuese un tramo del Rally París Dakar. Desde el primer instante nuestra relación fue en auge. Amable, gentil, atenta e interesante anfitriona nos habíamos topado. Linda es una artista de cromados lienzos, de hecho es algo que nos atrajo mucho en un principio, pero debido a que se acababa de mudar, la suciedad y el desorden propio de una casa en constantes remodelaciones reprimían sus ansias de pintar. Por consiguiente, únicamente pudimos apreciar sus obras almacenadas en una pequeña habitación esperando expresarse en algún lugar acogedor. Por lo demás, la podemos describir como una persona vivida, con un pasado plagado de historias y una juventud de desenfreno, la verdad es que podíamos sentirnos totalmente identificados aunque hubiésemos transitado en décadas tan diferentes.
Tras una primera toma de contacto y un café con dulces que supieron a gloria, nos dispusimos a hacer un tour entre su abanico de necesidades. Éstas se extendían desde ámbitos eléctrico-domésticos, albañilería, carpintería, decoración y jardinería, además de trabajos puntuales que fueron surgiendo con el paso de los días. Los escasos tres meses desde su mudanza, la carencia de habilidades y sus limitaciones económicas ante tan distintas tareas, hacían que nuestra estancia entre sus nuevas cuatro paredes cobrara una mayor trascendencia. No habíamos llegado con fecha de salida, era finales de noviembre y tan siquiera sabíamos donde pasaríamos las navidades, así que sin pensar mucho en el futuro y ansiosos por ayudar nos pusimos manos a la obra para solventar tanto como nos fuera posible de la larga lista de quehaceres. Derribar muros, pasar cables, enyesar, remolinar, remodelar la entrada principal y la cocina, podar y sanear el jardín, pintar y habilitar la sala principal, y así, día a día, la casa fue mejorando.





Entretanto las semanas se sucedieron agradablemente, trabajábamos sin demora pero sin agobio, nuestros buches eran saciados con riquísimos manjares vegetarianos, Linda es una autentica chef que logra platos extraordinarios con alimentos frescos y saludables. Pudimos acabar la temporada de setas en los montes que circundaban el lugar, ya que éstos eran un paraíso micológico, y así degustar platos otoñales en un invierno que se hacía de rogar.
A la postre, disfrutamos de nuestras primeras Navidades fuera de casa, que en cierto modo, fueron francamente singulares. Las amigas y amigos de Linda nos acogieron maravillosamente en su gran cena anual en una idílica casa de cuento de hadas, decorada hasta el exceso con el mejor y más extravagante gusto que jamás hayan presenciado nuestros ojos. Artistas por doquier, las excentricidades de sus amigos rebosaban en cada esquina. Compartimos copas y charlas hasta la media noche que tras de sí nos obsequió con algunos presentes bajo nuestro peculiar pedazo de árbol navideño.
En nuestro afán por ayudar, realmente perdimos el norte, los días se extendieron y el trabajo emanaba por cada rincón de esa cálida casa. Pero todo tiene un final y el de Le Soury se acostó implacable transcurridos dos meses de nuestra llegada. El próximo destino, la Bretaña, la verde Bretaña francesa.

Así pues nos despedíamos de nuestra amada amiga Linda, con las manos aún llenas de pintura y las mochilas más cargadas que nunca, pero con la sonrisa que queda al saber que se ha fraguado una nueva amistad que nos acompañará siempre.

La ruta de la seda
En el año y medio que estuvimos preparando el viaje, incontables fueron las veces que discutimos arduamente sobre cual debía ser nuestro paso hacia el continente asiático. La ruta de la Seda más cercana al Trópico de Cáncer siempre se planteo como un camino más agradable a nivel climatológico y con un patrimonio cultural no exento de interés alguno. A pesar de ello, finalmente decidimos trazar nuestra ruta cruzando la basta taiga Rusa, razón por la que estamos pasando el invierno en Europa esperando temperaturas más agradables.
La anécdota de este debate sin más relevancia, recae en la historia reciente de la región de l’Herault que nos ha hospedado en este inicio de viaje. Y es que hasta bien entrado el siglo XIX la población local basó la mayor parte de su economía en la cría de gusanos de seda para la producción textil. Este hecho llego a modificar por completo la fisonomía del lugar. Desde el s XIII las plantaciones de moreras, único alimento de los gusanos, suplieron otros arboles autóctonos como el castaño o la encina. La arquitectura vernácula popular se caracterizó por viviendas con amplias buhardillas ventiladas mediante numerosas pequeñas ventanas. En estos espacios era donde las familias ubicaban los criaderos de estos valiosos animalillos.
Esta industria acabó por desaparecer debido a una importante epidemia; la pebrina, la aparición de los textiles sintéticos y la competencia de Oriente. Actualmente las plantaciones de moreras prácticamente han desaparecido dando lugar a la recuperación de la flora autóctona, la arquitectura ha aprovechado las buhardillas ventiladas para ubicar nuevas y luminosas habitaciones para los veraneantes montpellerinos y la industria de la seda no es más que un pequeño reclamo turístico basado en el recuerdo de una época de febril esplendor económico.